ARTE DANZANDO
En este espacio os traemos creaciones de nuestros amigos de Danza, sus inspiraciones, poemas, pinturas, fotos, videos, relatos, todo aquello que ellos creen y que manifieste su arte creando, lo expondremos aquí siempre que nos lo cedan para poder mostrároslo. Seguro que os encanta y os animáis. Os dejamos el correo de la sala para que podáis mandarnos lo que gustéis: danzasumisa@gmail.com
POEMA
En primer lugar tengo el honor de poderos enseñar algo muy especial que un@ usuari@ tuvo a bien regalarme. Gracias a este poema, surgió la idea de este apartado, esa persona desea que su identidad quede en el anonimato y así lo respetamos. (Mil gracias).
Me gustas.
Te deseo.
Deseo tenerte.
Me irritas.
Me alegras.
Me exasperas.
Me haces reír.
Me haces pensar.
Me sorprendes.
Quiero azotarte, hasta que tu piel arda tanto que se pueda freír un huevo en ella.
Quiero besarte, hasta que no quede en mi boca más sabor que el tuyo.
Te quiero a mis pies.
Te quiero en mi cama.
Te quiero a mi lado.
Te quiero un paso por detrás.
Te quiero humilde.
Te quiero altaner@
Te quiero hablando y en silencio.
Quiero un collar en tu cuello y una correa en mis manos.
Quiero un abrazo, nuestro abrazo.
Quiero tu peso en mi regazo.
Quiero tu risa en el aire.
Quiero tu llanto.
Quiero extender la mano y tomarte.
Quiero sentirte más.
Quiero sentirte más cerca.
Quiero...
AUTOR: Anónimo
Dolor
¿Te duele?¿Aún no? Entonces aprieto un poco más. No miro mis manos, miro tu cara, tus ojos, la expresión de tu rostro y sobre todo, tus labios. Y en todo ello veo lo mismo: terquedad. Eres capaz de seguir negándolo sólo por orgullo, por no dar tu brazo a torcer, por querer demostrar algún tipo de superioridad sobre mí. Pero ambos sabemos que llevas las de perder. Un juego de voluntades.
Aprieto más. Sé que te duele. Te miro, enarcando las cejas. Te obstinas en que no, que quieres más, que no te duele, que no es nada. Sonrío. Ahora aprieto y retuerzo al mismo tiempo. No puedes evitar un gesto de dolor con la boca. Esa debilidad te hace empecinarte aún más, a pesar de que tus ojos están húmedos.
No, no voy a dejar que me manejes. Yo soy quien maneja la situación, no tú. Y puedo seguir este juego hasta que te rindas. Lo sabes, lo sé. No es la primera vez. No será la última. No duele. De acuerdo.
Me canso ya y decido acabar de una vez. Y te das cuenta, porque en todo este tiempo juntos hemos aprendido a leernos mutuamente. Sabes que voy a echar el resto, a acercarme al límite, a doblegarte.
Aprieto con todas mis fuerzas y retuerzo justo hasta ese punto entre dolor y daño. Aúllas. No puedes evitarlo. Veo una mezcla de sentimientos en ti: enfado por no haber aguantado, placer por haberme servido, obstinación en que, algún día, seré yo quien me rinda.
Acaricio tu carne magullada, con cariño. Te beso la frente y me retiro, sin más, sin una palabra.
Era novata, no tenía idea de nada. Él lo sabía y por eso se mostraba muy paciente, solícito, a veces como un maestro conmigo. Fueron meses de mucho hablar, de descubrir cosas uno del otro, de risas, de poner los cimientos de una posible futura relación.
Pasaron los meses y la relación fue avanzando, muy despacio. Disfrutando ambos el camino que recorríamos. Y llegó el momento en que él puso el tema de los límites sobre la mesa. Como era sabedor de mi ignorancia (solía llamarme “mi diamante sin pulir”), copió una lista de prácticas de una web y me dijo que iría preguntándome una a una y yo tenía que responder sí, no, no sé o lo que fuera pertinente en cada caso.
Me sentí como si me estuviera examinando. Y temí suspender el examen, ya que no tenía ninguna experiencia. Empezó a desgranar palabras y términos. En la mayor parte de ellos, mi respuesta era del tipo “no lo sé, tendría que probar” o “no suena muy bien, pero estoy dispuesta a probar”. Muy pocos síes, a las cuatro cosas que apenas había probado por mí misma. Y algún “no”. Con las primeras negativas no hubo problema, coincidían con cosas que a él no le resultaban agradables o apetecibles. Pero... una de mis negativas era algo que le encantaba. Yo era (y soy) tan tonta que me costaba mucho negarme a algo, negarle algo. Y él me conocía lo bastante para saberlo, para saber que ese “no” me hacía sentir un poco culpable. Lo sé, soy idiota, pero soy así.
Cuando dije “no” a eso en particular, se quedó callado un rato largo. Y me comentó que era algo que siempre le había gustado mucho. Me sentí peor pero era un “no”. Le dije que lo sentía, pero no. Él se puso a relatar ideas, fantasías, deseos con esa práctica como punto central de ellas. De hablar en general, pasó a contarlas como si yo fuera la protagonista “qué maravilla verte así, tenerte así, qué orgulloso estaría de ti”.
Al principio sentí una enorme tristeza por tener que negarle un placer tan grande. Pero a medida que él insistía en dibujar situaciones en las que yo era sometida a esa práctica, empecé a enfadarme. Porque él me conocía y sabía que contándome esas cosas, me hacía sentir mal.
Estaba priorizando su placer ante mis sentimientos y mis límites. Interpretó mi silencio como aquiescencia y para presionarme más, me dijo que ahora no, pero tal vez más adelante podría hacer una especie de ceremonia alrededor de eso. Me limité a decirle “no”. Otro silencio suyo, un silencio opresivo, que parecía querer quitarme el aire. Me sentí doblemente enfadada: con él, por no respetarme, por manipularme, por utilizar lo que conocía de mí para pasar sobre mis sentimientos. Y conmigo porque a pesar de todo, una pequeña parte de mí quería complacerle.Y no podía. No puedo y no podré jamás. El silencio se alargó lo suficiente como para plantearme la duda, ¿realmente es la persona adecuada para mí? ¿voy a tirar por la borda todos estos meses, todos estos momentos maravillosos sólo por un desencuentro? Pero no es un desencuentro cualquiera, es una muestra de que mientras mis límites concuerden con los suyos no pasa nada pero si no es así.... ¿puedo confiar en él?
Sabía que ese no era el momento de hablar de eso. Soy impulsiva y posiblemente acabara diciendo las cosas de forma poco adecuada o tal vez diría cosas que no debía decir. Necesitaba respirar, alejarme y pensar.
Rompió el silencio de forma brusca, diciéndome que lo dejábamos por hoy, que ya seguiríamos otro día, que no le apetecía seguir con ese tema. Se despidió bruscamente y se fue.
Otra vez mi primera reacción fue de tristeza, le había fallado, se fue molesto conmigo. Pero al igual que antes, poco a poco, el sentimiento fue dando paso a la razón. Seguía manipulándome, forzándome a aceptar algo que yo ni deseaba ni podía. Y la duda fue haciéndose más y más grande. Y a medida que recordaba la conversación, se iba transformando en certeza. La certeza de que el “no” más definitivo iba a ser para él.
Autor: Anónimo
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